domingo, 14 de noviembre de 2010

Un acercamiento a la obra de Fernando Soto Aparicio, "la rebelión de las ratas".

La rebelión de las ratas, novela escrita por el colombiano Fernando Soto Aparicio, de carácter social, fue publicada en el año de 1962, año en el cual fue electo para la presidencia del país el conservador Guillermo León Valencia; la obra refleja el contexto social de la década de los sesenta, el cambio económico de explotación y exportaciones, la crisis de campesinos desplazados quienes ante situaciones adversas debieron ocuparse de cuanto pudieran. Refleja el paso del contexto agrario al industrial que se vivió en aquellos años en Colombia, desde donde empezó a consolidarse la industria moderna del país. Enmarca también un poco las disputas bipartidistas entre conservadores y liberales. La obra narra de manera concreta la suerte de algunos pueblos de la región de Boyacá:
“Me intrigó el cambio que podría haberse producido en los campesinos del norte de Boyacá, que de minifundistas habían pasado a obreros de una gran empresa. Esto determina un cambio de perspectivas, de costumbres y altera la idiosincrasia de una región. Investigué, trabajé  en las minas para conocer de cerca los problemas (…) La novela es fruto de una observación directa y retrata el cambio en la psicología y el aspecto sociológico de la región” 
 Escrita en narrador omnisciente y primera persona, la obra de Soto Aparicio refleja varios aspectos de la vida de hombres y mujeres colombianos y latinoamericanos, la lucha constate de todas aquellas “ratas” que aún hoy fluctúan entre la realidad insatisfactoria y el ideal inalcanzable.
La realidad social, las injusticias y los conflictos de Colombia hacen parte del itinerario literario de Fernando Soto Aparicio, la inconformidad y el afán de expresar eso que con tanto cuidado observa están reflejados en la obra. Con una escritura impecable y acogedora expresa sin rodeos, con todo realismo, el enmarañado caos social: la dominación, la desigualdad, la violencia, el trabajo deshumanizado, la moralidad y las acciones extremas a las cuales deben acudir miles de hombres por necesidad; refleja sin más, lo absurdo y lo paradójico que resultan los ideales de “progreso”, el afán de civilización, de oscilar entre ideales vendidos y enajenados; no obstante, también refleja ilusiones de cambio, de rebelión de los oprimidos contra los opresores.
“No es el caso aislado de un campesino el que nos presenta; no se trata siquiera –al menos solamente- de un problema de clase: es una nación la que se levanta, la que se define ante, y aún contra, unas determinadas circunstancias históricas. Un hecho universal se denuncia: el hecho de la rebelión, del heroísmo anónimo y el sacrificio” –M. García Viño- 

La rebelión de las ratas narra la historia del surgimiento del pueblo del Valle: Timbalí, el principal centro minero del país; con un sinsabor y aflicción de volver a lo natural, a lugares tranquilos y lejos de la ruidosa y funesta contaminación y expropiación de la naturaleza, la historia relata el paso abrupto del lugar urbano, tranquilo, acogedor y armónico, al rural, al industrializado, a ese lugar donde no sólo los caminos cambiaron, los rostros, las sonrisas, la actitud y el afán por la codicia o la necesidad. Al descubrir la gran riqueza del pueblo, las minas de carbón, empieza a llegar gente de todas partes, allí en aquel lugar, promesa de la esperanza de la patria, “con el sacrificio de pocos se asegura la tranquilidad de muchos”, una estabilidad económica, un futuro prospero y venidero; con estos y más argumentos los campesinos debieron ceder ante las promesas o amenazas de aquellos hombres que llegaron un día sin más a sus tierras; el miedo, la ambición y la codicia infundo entonces la lucha por el más fuerte.
El valle muy pronto estaba invadido de miles de familias; ingleses, franceses y alemanes poblaban ahora las tierras y paradójicamente mandaban sobre los “dueños” de aquellas parcelas; los verdes campos y los bellos árboles empezaron a violentarse. Luego de la conquista forzada de la tierra, Timbalí se vio invadida de máquinas, de aparatos y carros que con sus abrumadores ruidos y con su humo negro y espeso contaminaban el ambiente, aquel maravilloso lugar donde antes todo estaba colmado de armonía, ahora estaba convertido en un caos, en un pueblo dividido entre ricos y pobres, entre las grandes urbanizaciones y los pobres ranchos.
A aquel lugar, entre las tantas familias que llegaron por razones diversas a habitar el pueblo, llegó la de un hombre flaco, alto, resignado y abatido por los acontecimientos de su vida: Rudecindo Cristancho, el protagonista de la obra, un hombre a quien la vida no lo había tratado nada bien, nunca conoció a sus padres, fue víctima del trabajo forzado, era un hombre “resignado hasta el cansancio”; arribó a Timbalí con su esposa Pastora quien estaba embarazada y, sus dos hijos de 14 y 12 años: Mariena y Pacho, iban en busca de algo mejor, de una estabilidad que los sacara de esos días duros en los que apenas, por mucho, tenían para el pan.  A los demás hombres y mujeres que acaparaban en aquel pueblo los invadía también la ilusión y la esperanza de un mejor futuro, la ilusión de progreso, una ansiedad incontrolable de cambio, de llegar allá a la estabilidad, a la felicidad… “Todos corriendo tras la felicidad. Y ésta siempre esquiva, inasible, porque detrás de cada sueño realizado hay otro por realizar”.

Al llegar a Timbalí, Rudecindo Cristancho y su familia no encontraron ningún refugio, cada puerta que tocaban tenía una nueva excusa, al llegar ya al final del pueblo, en el lado más pobre de éste hallaron asombrosamente un lugar en paupérrimas condiciones, de hecho, no hacía ya casi parte del pueblo, era simplemente el basurero donde aquellos “civilizados” arrojaban los desechos; allí, en aquel basto lugar, hallaron un par de casuchas, de latas y diferentes materiales; de una de ellas salió una mujer joven y su pequeño hijo: Cándida y Neco, ella, quien se prostituía para tener qué darle a su hijo, ofreció la otra casa a aquella familia, en definitiva no era lo que esperaban, pero allí por lo menos tendrían un lugar para su estadía.

Rudecindo que era un hombre inseguro, desdichado y temeroso, salió en busca de un trabajo, allí al otro lado del pueblo donde estaban esos grandes edificios, esas grandes máquinas que tanto escalofrío le producían, en realidad lo invadía un miedo incomprensible, unos pensamientos absortos, no quería seguir, si fuera por él se dejaría hasta morir, pero pensaba en sus hijos y en su esposa, eso lo llenaba de fuerzas, debía luchar por ellos, por un mejor futuro para ellos. Al llegar a la Compañía Carbonera del Oriente hallo muchos más hombres igual que él, campesinos que iban en busca de trabajo, ese día no logró hacer nada, tendría que regresar la otra semana en la mañana para tal vez poder hablar con alguien que le pudiera colaborar dándole un trabajo, en lo que fuera, él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de no ver más tragar saliva a su familia.
Pensaba una y otra vez lo desgraciado que era, lo injusta que era la vida: mientras allá en la otra parte del pueblo los grandes señores eran dueños de esas casas grandes y brillantes, él no tenía nada, estaba en un basurero, no podía ofrecer más a su familia que tanto amaba; miraba los edificios con rabia, sin embargo pensaba que en definitiva ellos eran superiores, entre otras cosas hablaban inglés; la vida era absurda pero debía seguir. Al ir a la iglesia observaba las acciones de la gente, las reacciones que tenían frente a la situación política y el nuevo ambiente del pueblo; allá “en el recinto de Dios” el sacerdote pregonaba que la pobreza había que asumirla, era una virtud ante los ojos de Dios, la resignación era entonces necesaria, soportarla los haría tener un lugar especial después de su muerte.
En este punto de la obra y en algunos siguientes, Soto Aparicio refleja dos cuestiones importantes que se han consignado, tal vez por cultura, en el inconsciente colectivo de los colombianos. Después de la independencia y esos procesos de “liberación” que vivimos hace doscientos años, Colombia tiene aún mentalidad colonialista; la noción de pensar que los americanos estadounidenses y los europeos son los grandes civilizados, los dueños y señores de la tierra, he ahí la razón por la cual el protagonista de la obra y otros tantos personajes del pueblo tienen la concepción de que ellos son las grandes bestias, los otros los ilustrados a quien deben obedecer y alabar; dicha concepción está aún hoy muy permeada en nuestra sociedad, en el ámbito cultural, económico e incluso académico, aún sigue el anhelo ferviente de ser como ellos, de tener el referente cultural homogenizado y resguardar la unicidad.
El otro punto importante que se permea en la obra es  la resignación y las esperanzas de la gente con respecto a sus creencias religiosas, por un lado, se refleja aquella gente quienes únicamente acuden a estos sitios a hacer acto de presencia sin más, pero, en realidad sus mentes y corazones están en otros lugares, el mero acto de presencia representa para ellos tal vez la costumbre de ir cada día determinado y esperan con ello salvación; y, por otro lado, refleja cómo la gente al creer en una doctrina se resigna de una u otra manera a su vida, llegan a ser conformistas ante semejantes violaciones, de hecho, sienten la necesidad de que cada vez que acuden a la iglesia les den consuelos para sus desdichadas vidas. Su condición de pobres termina acercándolos más a dichas creencias, necesitan algo más que justifique su vida, algo que les dé un poco de fuerza.

Continuando, grosso modo, con la narración; después de un fin de semana con más sorpresas, donde Cándida la vecina les ofrece comida y donde Rudecindo se da cuenta que ella vende su cuerpo al Diablo, un hombre del pueblo, para comprar los alimentos, finalmente llega la nueva semana… regresa a la compañía y allí le dan un trabajo en la mina “La Pintada”, le pagarán cuatro pesos con cincuenta centavos, no será mucho pero por lo menos su familia no aguantará más hambre; él que era analfabeta no pudo si quiera firmar; desde ahora en la compañía él sería: 22048, un número más entre tantos que habían ya, ya no era Rudecindo Cristancho, era un número, y como todos los números… era invisible. Pensaba en qué tan duro sería su trabajo, si estaría cómodo allí, pero si lo estaba o no, igual no importaba, debía trabajar sin pretexto alguno, allí en la Compañía Carbonera de Oriente estaba el porvenir, para alcanzar ideales –pensaba- hay que sacrificarse; el hombre es un ser de costumbres, estaba dispuesto, pese al miedo, a cualquier cosa; a luchar con esos otros hombres quienes posiblemente estaban en situaciones parecidas.
Estando ya en “La Pintada” Rudecindo conoce a sus compañeros de trabajo: Grimaldos, Espinel y al Capataz quien los trata bastante mal; allí se da cuenta que su trabajo consistirá en reconstruir el camino de la mina en la cual hace mes y medio hubo un derrumbe donde murieron cuatro trabajadores, ante ello no deja de asombrase, piensa en esos hombres que al igual que él debieron exponerse para llevar algo a sus familias, debieron arriesgar su vida para sacar carbón y ser transportado; Rudecindo se sentía como rata, un animal que debía escavar en las madrigueras y que a casi todos fastidiaba.  El trabajo en realidad era duro, se agotaba, se cansaba mucho y el capataz no hacía sino fastidiarlos.
El Diablo que era el amante de Cándida en un ataque decidió quemarle la casa, posiblemente porque ella no quiso hacer caso a sus caprichos, la incendió sin importar que allí dentro estuviera ella y Neco, su hijo; a partir de ese momento ella viviría con la familia Cristancho, allí en aquella casucha. Rudecindo decepcionado de su trabajo pensaba en lo injustos que eran sus patrones, esas voces gritonas por cada lado que no les dejaba ni parar un segundo para tomar aire, les pedían mucho más de lo que podían, era en realidad una esclavitud, trabajaban nueve horas diarias y ¿qué recibían?... unas cuantas limosnas, mientras los místeres sin hacer nada, ganaban en medio día lo que ellos ganaban en un mes, definitivamente no era justo; Rudecindo pensaba en las palabras que un día al salir al pueblo escuchó, eran unas palabras que apelaban a una revelación contra las injusticias de esos señores que ahora se habían apropiado de todo; él y sus compañeros después de haber presenciado escenas insoportables en la mina, pensaban y platicaban acerca de su incomprensible situación. El trabajo en la mina era sencillamente mísero, no había la mínima seguridad laboral, los extranjeros a cambio de gritos y malos tratos los mandaban a sacar la mayor cantidad de carbón a menor costo. La degradación y la deshonra eran el ambiente de aquel absurdo lugar.

Mientras Rudecindo trabajaba fuertemente en “La pintada”, su familia estaba en casa; Mariena unos días atrás fue seducida por Don Joseto, el señor de la tienda, ella que se sentía avergonzada de su cuerpo, de sentirse ya mujer, era víctima de las miradas obscenas y las caricias forzadas de ese señor al cual debía acudir para pedir comida fiada; su hermano Pacho al enterase de esos acontecimientos y al ver a Neco llorar de hambre fue a la iglesia y robó una alcancía de limosnas, su padre al enterarse se sintió burlado, ¡era el dinero de la iglesia! Pacho argumentaba que el sacerdote no se estaba muriéndose de hambre, ellos sí….  Mientras él hablaba de la pobreza como un don, de algo que no tenía la más mínima idea, estaba allá viviendo cómodamente, ellos no tenían si quiera para comprar seis panes.  Ya no había nada que hacer, las palabras de su padre lo hacían culpable pero por lo menos tenían algo que comer, la justificación no era otra, simplemente la miseria y la necesidad lo habían llevado a realizar ese acto.
Rudecindo al ver la miseria en la que se encontraba, las acciones de su familia: Pastora perdiendo a su hijo por un accidente, Mariena enamorada del Diablo, Pacho en la cárcel por haberle pegado al enamorado de su hermana, su vecino acosando a su hija y todas las demás circunstancias en las cuales había recibido la miseria de su primer sueldo: 25 pesos, por unos descuentos laborales que ni explicación tenían... se invadía de odio y rencor, no comprendía cómo podría sobrevivir ahora, no le cabía en la cabeza cómo podía haber gente tan descarada e injusta como sus jefes.  En conjunto con Espinel y sus demás compañeros de trabajo, pensaban en la posibilidad de hacer un sindicato, de lograr formar uno ganarían mejores condiciones de trabajo; la cuestión en realidad al principio no fue muy fructífera, Rudecindo ni tan si quiera sabía bien como era la cuestión de un sindicato, tenía apenas nociones que había escuchado por ahí, a sus compañeros, sin embargo, de tanta decepción estaba convencido de que lo mejor era hacer caer a esos seres inhumanos que habitaban esas casas lujosas y sin hacer el mínimo esfuerzo tomaban todas las ganancias de lo que ellos con tanto sacrificio hacían.

Las peticiones de salarios dignos y las condiciones de un buen trabajo no fueron tomadas en cuenta, los voceros de la empresa negaban la posibilidad de acceder a algo así, la compañía, según ellos, no tenía dinero para eso, para invertirlo en cosas para mejorar su condición, objetaban que si los obreros se hallaban en dicha situación era culpa de ellos mismos, por gastar su dinero en alcohol; la causa de la pobreza era la “irresponsabilidad” de los obreros.
Después de discernir en conjunto al calor de cervezas en una taberna,  Rudecindo, Espinel y los demás trabajadores deciden hacer el sindicato. La huelga empezaría entonces; después de hacer intentos de conversación y de no llegar a ningún acuerdo, la sensación de fracaso se despliega por cada una de las conciencias de los hombres y las mujeres del pueblo de Timbalí quienes se sienten invadidos por el dolor y la desesperación.. Ahora no queda otra alternativa sino seguir en huelga. Mas pronto de lo que pensaron cientos de policías llegan a “controlar” la situación,  la rebelión estaba emprendida, no había vuelta atrás. Los enfrentamientos empezaron del pueblo a los policías y de los policías al pueblo.  Un gran número de trabajadores brotaron hacia las calles de los extranjeros y arruinaron todo lo que había a su paso, a algunos ricos, mataron incluso al autoritario alcalde quien no había movido ni un dedo para llegar acuerdos…  El pánico y el terror se apoderó de Timbalí, se dilató una rebelión donde participaron todos los obreros; una bala perdida hiere a Rudecindo, al 22048 que termina con su vida, se calló al suelo…ya, no pensaría más en sus frustraciones, él y unos cuantos más cayeron muertos; Los hombres continuaron hacia adelante. Eran los desposeídos, los desamparados, los olvidados. Eran los seres famélicos que luchaban contra la injusticia. Venían desde las garras de la miseria hasta los extremos sangrientos de la rebeliónY por todo el pueblo de Timbalí las llamas iban extendiendo sus grandes alas rojas”.

Los temas centrales de la obra de Fernando Soto Aparicio recaen en el capitalismo abrupto, la violencia y la pobreza que desde hace tantos años acoge a nuestras sociedades, a miles de conciencia abatidas por las injusticias, conciencias que luchan por alcanzar sus objetivos, objetivos e ideales que muchas veces no son más sino ideologías manipuladoras, ideologías que pregonan el progreso y la igualdad, pero detrás de ello no hay más sino la bandera de los intereses personales, intereses económicos que recaen en la explotación de la tierra y de miles de hombres a veces un tanto ingenuos que creen que seguir en la misma dinámica los llevará a ser como esos grandes señores.  La prostitución y el robo hacen parte de esa realidad absurda en la cual, al igual que en la novela, muchos hombres y mujeres caen, acuden a ello por necesidad, en situaciones desesperadas donde la voluntad y la desazón pueden más que la razón, donde pese a los prejuicios sociales y morales las acciones extremas pueden más.

La concepción ideológica de progreso que también hace parte de nuestro inconsciente enmarca a miles de personas quienes sin ser consientes son manipuladas y negadas en lo más profundo de su ser, llevan vidas monótonas, esclavizadas, incrustadas a cuanta dinámica cultural y social haya; las personas del pueblo de Timbalí reflejan cada una de nuestras conciencias, nada lejos de la realidad los inconformismos y los constantes líos laborales y sociales narrados allí.  Pese a las ganas de luchar, a la fuerza de voluntad, personas en estas condiciones se dejan decaer, en ellos habita una rebelión contra la carencia de los salarios, las jornadas laborales, el enriquecimiento de unos pocos y el empobrecimiento de muchos, las injusticias cometidas por los “jefes”, la escasez de alimento, la desvergüenza de sus hogares, los problemas al interior de sus familias, todos estos factores y otros generaron la huelga y por consiguiente los nefastos sucesos en los que tantos obreros, incluido Rudecindo fallecieron. La rebelión, en este caso,  fue sin más, un mecanismo revolucionario del campesino y el obrero de expresar su desacuerdo, un mecanismo que pese a tantas cosas tuvo sus secuelas en las conciencias de cada uno de los habitantes de ese lugar.

La rebelión de las ratas, pese a ser una novela escrita hace tantos años, expresa aún los sucesos de nuestra realidad colombiana, sucesos que dado lo ya repetitivos se nos vuelven comunes; casos como los de la familia Cristancho abundan en nuestra sociedad, una sociedad un tanto conformista y paternalista, donde los alcances como una rebelión no son tomados ya como opción, dado que rompe con nuestra cotidianidad y el orden establecido.


Carolina Vargas

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